Hoy celebramos el regalo más puro que Dios nos ha dado: los niños. Su sonrisa, su inocencia y su fe sincera son un recordatorio constante de cómo deberíamos acercarnos a nuestro Padre celestial: con confianza, alegría y un corazón abierto.
Jesús mismo puso a los niños como ejemplo de humildad y grandeza en el Reino de los Cielos. Nos enseñó que en su inocencia hay sabiduría, y en su dependencia, una fe genuina. Los niños no necesitan tenerlo todo resuelto para confiar. Ellos simplemente creen. Y así deberíamos ser nosotros ante Dios.
En este Día del Niño, recordemos que como adultos también tenemos la responsabilidad de guiarlos en amor, protegerlos y enseñarles los caminos del Señor. Cada niño es una semilla del Reino, una oportunidad para cultivar esperanza y fe en el mundo.
Pidamos a Dios que bendiga a todos los niños: que crezcan sanos, seguros, amados, y que nunca falte en sus vidas el abrazo de Jesús. Y que también nosotros aprendamos de ellos a vivir con más gozo, sencillez y confianza en nuestro Padre celestial.